Meridiano de sangre / Blood Meridian (Spanish Edition) - Softcover

McCarthy, Cormac

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9780307741172: Meridiano de sangre / Blood Meridian (Spanish Edition)

Softcover

ISBN 10: 0307741176 ISBN 13: 9780307741172

Publisher: Vintage Espanol, 2010

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Una impresionante e imaginativa f�bula moral acerca de la naturaleza de la violencia y la justicia.

Una novela �pica sobre la violencia y la depravaci�n que acompa�aron a la expansi�n de Am�rica hacia el oeste, Meridiano de sangre subvierte espl�ndidamente las convenciones de la novela occidental y la mitolog�a del “salvaje oeste”. Basada en acontecimientos hist�ricos ocurridos en la frontera de Texas y M�xico alrededor de 1850, traza las fortunas del Chico, un muchacho de Tennessee, que tropieza con el horrible mundo del grupo de Glanton, y su l�der espiritual, el llamado juez Holden: un hombre calvo, albino, sin barba, sin pesta�as, ni cejas; un hombre violento y cruel que apenas duerme y afirma que jam�s morir�.

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About the Author:

Cormac McCarthy es el autor de once novelas. Entre sus premios se encuentran el National Book Award y el National Book Critics Circle Award.

1

Infancia en Tennessee — Se va de casa
Nueva Orleans — Peleas — Le hieren
A Galveston — Nacogdoches — El reverendo Green
El juez Holden — Una refriega — Toadvine
Incendio del hotel — Retirada.

He aqu� el ni�o. Es p�lido y flaco, lleva una camisa de hilo fina y ajada. Aviva la lumbre en la recocina. Afuera hay campos oscuros roturados y con jirones de nieve y al fondo bosques m�s oscuros a�n donde moran todav�a los �ltimos lobos. Viene de familia de poceros y talladores de madera, pero en realidad su padre ha sido maestro. Le bebida le puede, cita a poetas cuyos nombres se han perdido para siempre. El ni�o le observa acuclillado junto al fuego.

La noche de tu nacimiento. A�o treinta y tres. Le�nidas, las llamaban. Ah, qu� de estrellas ca�an. Yo buscaba lo negro, agujeros en el firmamento. La Osa Mayor embest�a.

La madre muerta hace catorce a�os ha incubado en su seno la criatura que la llevar� a la tumba. El padre jam�s pronuncia su nombre, el ni�o no sabe cu�l es. En alguna parte tiene una hermana a la que no volver� a ver. P�lido y sucio, observa. No sabe leer ni escribir y ya alimenta una inclinanaci�n a la violencia ciega. Toda la historia presente en ese semblante, el ni�o el padre del hombre.

A los catorce se va de casa. Ve por �ltima vez la caba�a y la siempre helada cocina en la oscuridad previa al albor. La le�a, las palanganas. Errando hacia el este llega a Menfis, emigrante solitario en el llano paisaje pastoril. Negros en los campos, flacos y encorvados, los dedos como ara�as entre las vainas de algod�n. Una agoni�a de sombras en el huerto. Contra el declinar del sol siluetas que se mueven en el lent�simo crep�sculo frente a un horizonte como de papel. Un oscuro labriego solitario persiguiendo mulo y grada hacia la noche en la hoyada batida por la lluvia.

Pasa un a�o y est� en San Luis. Encuentra pasaje a bordo de una chalana que se dirige a Nueva Orleans. Cuarenta y dos d�as en la r�o. Por la noche los vapores suenan sus sirenas y surcan lentamente las negras aguas iluminados como ciudades a la deriva. Desguazan la balsa y venden toda la madera y el ni�o pasea por las calles y oye lenguas que jam�s hab�a o�do. Vive en una habitaci�n que da a un patio detr�s de una taberna y por las noches baja como los ogros de cuento de hadas para batirse con los marinos. No es fornido pero tiene las mu�ecas grandes, las manos grandes. La espalda estrecha. La cara de ni�o permanece curiosamente intacta tras de las cicatrices, los ojos de una extra�a inocencia. Pelean a pu�etazos, a patadas, a botellazos o a cuchillo. Todas las razas, todas las castas. Hombres cuyo hablar suena a gru�ido de simio. Hombres de tierras tan remotas y misteriosas que vi�ndolos a sus pies desangrarse en el fango siente que es el g�nero humano el que ha sido vengado.

Cierta noche un contramaestre malt�s le dispara por la espalda con un pistolete. Al volverse para darle su merecido recibe otra bala debajo del coraz�n. El malt�s huye y el ni�o se apoya en la barra con la sangre chorre�ndole de la camisa. Los dem�s evitan mirarle. Al rato se sienta en el suelo.

Pasa dos semanas acostado en un catre en el cuarto de arriba atendido por la esposa del tabernero, que le sube la comida, se lleva sus lavazas. Una mujer de expresi�n adusta y un cuerpo nervudo como de hombre. Repuesto al fin, no le queda ya dinero con que pagar a la mujer y por la noche huye y duerme en la ribera hasta que encuentra un barco que le acepta a bordo. El barco va a Tejas.

Solo ahora se ha despojado completamente el ni�o de todo lo que ha sido. Sus or�genes son ya tan remotos como remoto es su destino y nunca m�s, por m�s vueltas que d� el mundo, encontrar� territorios tan agrestes y b�rbaros donde probar si la materia de la creaci�n puede amoldarse a la voluntad humana o si el coraz�n no es m�s que arcilla de otra clase. Los pasajeros son gente remisa. Ponen rejas a sus miradas y nadie pregunta a nadie qu� le ha tra�do por aqu�. Duerme en cubierta, un peregrino m�s. Mira c�mo sube y baja la orilla borrosa. Aves marinas grises mirando embobadas. Bandadas de pel�canos hacia la costa sobre el oleaje gris.

Desembarcan en una batea, colonos con sus enseres, todos con la vista clavada en el litoral bajo, la caleta de arena y pinos esmirriados que parecen nadar en el aire turbio.

Recorre las callejuelas del puerto. El aire huele a sal y a madera reci�n aserrada. De noche las putas le llaman como almas en pena desde la oscuridad. Una semana despu�s toma de nuevo el portante, en el monedero unos cuantos d�lares que ha ganado, recorriendo los caminos arenosos de la noche sure�a, a solas y con los pu�os apretados en los bolsillos de su chaqueta barata de algod�n. Calzadas terraplenadas a trav�s de los pantanos. Colonias de garcetas, blancas como cirios entre el musgo. El viento desapacible hace correr las hojas por la cuneta y las empuja hacia los campos oscuros. Pasa por peque�as poblaciones y granjas rumbo al norte, trabaja a cambio de jornal y cubierto. Ve a un parricida ahorcado en un villorrio y los amigos del muerto se precipitan para tirarle de las piernas y el hombre pende de su soga mientras la orina le oscurece el pantal�n.

Trabaja en un aserradero, trabaja en un lazareto para dit�ricos. De un granjero recibe como paga un mulo viejo y a lomos de dicho animal en la primavera del a�o 1849 llega a la ciudad de Nacogdoches despu�s de remontar la ef�mera rep�blica de Fredonia.

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