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Tatuajes en el corazon: El poder de la compasión sin límite (Spanish Edition) - Softcover

 
9781439160985: Tatuajes en el corazon: El poder de la compasión sin límite (Spanish Edition)
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¿Cómo luchar contra la desesperanza e interactuar con el mundo con un corazón bondadoso? ¿Cómo superar la vergüenza y tener fe a pesar del fracaso? Sin importar en dónde vivamos o cuáles sean nuestras circunstancias, todos necesitamos un amor ilimitado y restaurador. Magnífico y reconfortante, Tatuajes en el corazón demuestra ampliamente el impacto que puede tener el amor incondicional en nuestras vidas.

En su condición de párroco que trabaja en el vecindario con la mayor concentración de actividad pandillera y criminal en Los Ángeles, Gregory Boyle ha creado una organización para ofrecer empleos, capacitación laboral y estímulos para que los jóvenes puedan trabajar juntos y aprender el respeto mutuo proveniente de la colaboración. Tatuajes en el corazón es una impresionante serie de parábolas producto de sus experiencias con personas del barrio durante las dos últimas décadas. Clasificados por temas y llenos de humor fresco y generosidad abundante, estos ensayos nos ofrecen una visión conmovedora sobre la forma tan plena en que podemos vivir nuestras vidas si encontramos la alegría en amar a los demás y en ser amados incondicionalmente. De César, el joven enorme y lleno de tatuajes haciendo compras en JCPenney recién salido de la prisión, aprendemos a sentirnos dignos del amor de Dios. De Lula, el chico de diez años, aprendemos la importancia de ser conocidos y aceptados. De Pedro, entendemos el tipo de paciencia necesaria para rescatar a alguien de la oscuridad. En cada capítulo recibimos el regalo de la sabiduría maravillosa y duramente lograda por Boyle.

Estos ensayos eruditos, realistas y completamente alentadores que discurren sobre la hermandad y la redención, son ejemplos reconfortantes del poder que tiene el amor incondicional en los tiempos difíciles y de la importancia absoluta de luchar contra la desesperanza. Gracias a la orientación de Gregory Boyle, podemos reconocer nuestras propias heridas en las vidas fracturadas y en las luchas descomunales de los hombres y las mujeres que figuran en estas parábolas, para aprender a encontrar la alegría en todas las personas que hay a nuestro alrededor. Tatuajes en el corazón nos hace recordar que ninguna vida vale menos que otra.

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About the Author:
Gregory Boyle is the founder of Homeboy Industries in Los Angeles, CA. Now in its 30th year, Homeboy traces its roots to when Boyle, a Jesuit priest with advanced degrees in English and theology, served as pastor of Dolores Mission Church, then the poorest Catholic parish in Los Angeles, which also had the highest concentration of gang activity in the city. Homeboy has become the largest gang-intervention, rehabilitation, and reentry program in the world, and employs and trains gang members and felons in a range of social enterprises, as well as provides critical services to thousands of men and women each year who walk through its doors seeking a better life. Father Boyle has received the California Peace Prize, the James Beard Foundation Humanitarian of the Year Award, and the University of Notre Dame’s Laetare Medal. He was inducted into the California Hall of Fame and named a 2014 Champion of Change by the White House. He is also the author of the New York Times bestseller Tattoos on the Heart: The Power of Boundless Compassion
Excerpt. © Reprinted by permission. All rights reserved.:
Tatuajes en el corazón
1

Dios, supongo


Dios puede hacerse pequeño si no tenemos cuidado. Estoy seguro de que todos tenemos una imagen de Dios que es nuestra piedra angular y principio de control al cual acudimos cuando nos desviamos.

Esa imagen que tengo de Dios proviene de la forma en que mi amigo y director espiritual Bill Cain, sacerdote jesuita, interrumpió temporalmente su ministerio para cuidar a su padre, quien tenía un cáncer terminal. Se había transformado en un hombre frágil y Bill tenía que hacerle todo. Aunque su físico se había deteriorado considerablemente, conservó la lucidez y la agilidad mental. Cumpliendo un papel inverso común a los hijos adultos que cuidan a sus padres moribundos, Bill acostaba a su padre y le leía hasta que éste se quedaba dormido, exactamente como su padre lo hacía con él durante su infancia. Bill le leía fragmentos de alguna novela, y su padre permanecía allí, mirando a su hijo y sonriendo. Bill se sentía extenuado luego de cuidarlo durante todo el día y le decía a su padre: “Hagamos un trato: yo te leo, y tú te quedas dormido”. Su padre le pedía sus más sentidas disculpas y cerraba sus ojos con obediencia, pero esto no duraba mucho. Muy pronto, abría un ojo y le sonreía a su hijo. Bill se quejaba. Su padre le obedecía de nuevo, pero era incapaz de seguir resistiendo y abría el otro ojo para observar a su hijo. Esto se repetía una y otra vez, y después de la muerte de su padre, Bill supo que este ritual nocturno realmente era la historia de un padre que no quería dejar de mirar a su hijo. Dios tampoco quiere hacerlo. Anthony De Mello dice, “Contempla a Aquel que te observa, y sonríe”.

Dios pareciera estar demasiado ocupado intentando no apartar su mirada de nosotros como para poder levantar una ceja en señal de desaprobación. Lo que es cierto sobre Jesús es cierto para nosotros, y esta voz penetra en las nubes y llega hasta nosotros. “Tú eres mi hijo amado, a quien he elegido”, y no hay nada de “pequeño” en eso.



En 1990, el programa televisivo 60 Minutes visitó la Iglesia Dolores Mission. Uno de sus productores había leído un artículo publicado por el Los Angeles Times Magazine sobre mi trabajo con los miembros de pandillas en los proyectos de vivienda. Mike Wallace, que también había leído el artículo, quería hacer un reportaje y me aseguró que mostraría su faceta “bondadosa”. Eran los días en que solía decirse en broma que “sabes que tendrás un mal día cuando Mike Wallace y su equipo de filmación de 60 Minutos entre a tu oficina”.

Wallace llegó a la parroquia más pobre de Los Ángeles en la más larga de las limusinas blancas, y bajó de ella con una chaqueta gruesa y llena de bolsillos, supongo que en preparación para una misión periodística a la jungla.

A pesar de su total insensibilidad inicial, hacia el final de la visita, y en un momento que no fue grabado, Wallace me dijo: “¿Puedo confesarte algo? Vine esperando encontrar unos monstruos, pero no fue eso lo que encontré”.

Posteriormente, en un momento grabado, estamos sentados en un salón de clases lleno de miembros de pandillas, todos ellos estudiantes en la escuela Dolores Mission Alternative. Wallace señala y me dice: “No entregarás estos tipos a la policía, ¿verdad?”, lo cual me pareció un comentario muy tonto. Yo respondí algo así como, “No le di mis votos al Departamento de Policía de Los Ángeles”. Pero cuando Wallace se acerca a uno de los muchachos y le dice una y otra vez, “Él no te entregará, ¿verdad?”, y le pregunta “¿Por qué no? ¿Por qué crees que él no te entregará a la policía?” El chico lo mira, se encoge de hombros desconcertado, y dice: “Dios... supongo”.

Este es un capítulo sobre Dios, supongo. La verdad es que todo el libro lo es. Hay pocas cosas en mi vida que tengan sentido por fuera de Dios. Ciertamente, un lugar como Homeboy Industries es una locura y un mal negocio a menos que la misión de la empresa busque imitar al tipo de Dios en el que deberíamos creer. Al final, no me siento capaz de explicar por qué alguien acompañaría a las personas marginales si no fuera por alguna creencia arraigada en que la Razón de todos los Seres creyó que esta era una buena idea.



“Pillo” no es alguien que reciba consejos. Puede ser recalcitrante, estar a la defensiva y listo para pelear. Tiene poco menos de cuarenta años y es un sobreviviente. Conduce un camión lleno de chatarra, con lo cual logra alimentar a sus hijos y evitar el desalojo. Para su crédito, hace tiempo que dijo adiós para siempre a sus días de prisión y abuso. A veces me pide dinero, yo se lo doy si tengo y si ese día su actitud no me molesta demasiado. Pero no se le puede decir nada, salvo un día, en que me escuchó. Estaba hablando de algo, no puedo recordar qué, pero él estaba escuchando. Y cuando terminé de hablar, me dijo simplemente, “¿Sabes algo? Voy a seguir ese consejo y lo voy a dejar marinando aquí”, y señaló su corazón.

Tal vez todos deberíamos “marinarnos” en la intimidad de Dios. Creo que el Génesis lo dijo con acierto: “En el comienzo fue Dios”. Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas, también habló sobre la labor de marinarnos en “Dios, que siempre es más grande”.

Loyola escribe, “Ten cuidado de siempre mantener primero a Dios ante tus ojos”. El secreto, por supuesto, del ministerio de Jesús, era que Dios estaba en el centro de él. Jesús decidió marinarse en el Dios que siempre es más grande que nuestra pequeña concepción, el Dios que “ama sin medida y sin queja”. Afirmarnos en esto, y mantener siempre a Dios frente a nuestros ojos es decidir estar intoxicados y marinados en la totalidad de Dios. Un monje trapista de Algeria, antes de ser martirizado, se refirió a esta plenitud: “Cuando llenas mi corazón, mis ojos se inundan”.



Willy se me acercó sigilosamente cuando yo estaba en el auto. Yo acababa de cerrar la oficina y me disponía a irme a casa a las ocho de la noche.

—¡No hagas eso, Willy! —le dije.

Spensa; G —respondió—. Es mi culpa. Sólo que..., bueno, tengo que echarle algo a mi estómago. ¿Por qué no me regalas veinte dólares?

Dog, hay que echarle algo a mi billetera —le digo. Un dog es alguien a quien puedes acudir, el dog-actor, la persona que te cubre la espalda—. De todos modos sube. Veamos si puedo sacar fondos del cajero automático.

Willy sube a bordo. Es todo un derroche de jactancia y de pose —un alma completamente buena— pero su presunción es inmensa, del tamaño de un león que quiere que sepas que acaba de tragarse a un hombre sin masticarlo. Es miembro de una pandilla, pero en el mejor de los casos es un miembro periférico, y prefiere contarte sus proezas que realmente estar en medio de alguna. Tiene alrededor de veinticinco años, y es encantador; el típico pandillero y ex convicto que puede sonsacarte dinero del cajero automático si se lo permites. Esa noche yo estaba cansado y quería irme a casa.

Es más fácil no resistirse. El cajero más cercano está en la Calle Cuarta con Soto. Le digo a Willy que permanezca en el auto, en caso de que tropecemos con alguno de sus rivales.

—Quédate aquí —le digo—. Ahora vengo.

No he recorrido diez pies cuando escucho un “Oye” sofocado.

Es Willy, y está queriendo decir “las llaves”. Está haciendo señas para que le de las llaves del motor.

—La radio —dice, llevándose la mano al oído.

—No, chale —Es mi turno de hacer mímica. Me llevo las manos a la boca y le digo con una vocalización exagerada—: Reza.

Willy suspira y pone los ojos en blanco. Pero es sumiso. Hace un gesto de orar con las manos y mira al cielo, con cara santucha. Sigo caminando, pero siento la necesidad de mirar a Willy tan sólo diez yardas después.

Me doy vuelta y lo veo en señal de oración, pareciendo ser medianamente consciente de que lo estoy mirando.

Regreso al auto con los veinte dólares en la mano. Algo ha pasado. Willy está calmado y reflexivo, y en el auto hay una atmósfera palpable de paz. Lo miro y le pregunto: —Rezaste, ¿verdad?

No me mira. Está inmóvil y calmado.

—Sí, lo hice.

Enciendo el auto.

—¿Y qué te dijo Dios? —le pregunto.

—Bueno, primero me dijo: “Cállate y escucha”.

—¿Y qué hiciste?

—Vamos, G —me dijo—. ¿Qué se supone que debía hacer? Me callé y escuché.

Me dirijo a casa de Willy. Nunca lo había visto así; está callado y con una actitud humilde, y no necesita convencerme de nada.

—Bueno, hijo, dime algo —le digo—, ¿cómo ves a Dios?

—¿A Dios? —dice—. Ese es mi dog, que está allá.

—¿Y cómo te ve Dios?

Willy tarda en responder. Me doy vuelta y lo veo apoyar su cabeza contra el espaldar del asiento, y mirar el techo del auto. Una lágrima resbala por su mejilla. Su corazón está lleno, y sus ojos inundados.

—Dios... cree que yo... estoy... firme.

Para los cuates, firme significa que “no se puede ser mejor”.

No sólo Dios cree que somos firmes, sino que se regocija en que nos marinemos en eso.



El poeta Kabir dice, “¿Qué es Dios?” Y luego responde a su propia pregunta, “Dios es el aliento dentro del aliento”.

Willy encontró su camino dentro del aliento y era firme.

Comprendí esto sobre mi vida un poco tarde, con la ayuda de la pedagogía llena de gracia que tienen las personas de Dolores Mission. Fui criado y educado para dar mi aprobación a ciertas proposiciones, como por ejemplo, que Dios es amor. Aceptas que “Dios nos ama”, y sin embargo, hay un sentido latente de que tal vez no eres completamente parte de ese “nosotros”. Los brazos de Dios se estiran para abrazarnos, y de algún modo tú sientes que estás más allá de sus dedos.

No tienes otra opción que pensar “Dios me ama”, y sin embargo, pasas gran parte de tu vida sin poder abandonar la sensación de que Dios te está abrazando con reticencia y a regañadientes. Supongo, si insistes, que Dios también tiene que amarte. ¿Quién puede entonces explicar este próximo instante, cuando la plenitud total se apodera de ti, y cuando conoces plenamente a Aquel en quien “te mueves, vives y tienes tu ser”, como dice San Pablo? Entonces ves que Dios se ha alegrado en amarte plenamente desde el principio. Y esto es completamente nuevo.

Cada vez que uno de los jesuitas en Dolores Mission celebra un cumpleaños, se repite el mismo ritual.

—Ya sabes —me dice uno de ellos—, tu cumpleaños es el miércoles y te están preparando una “fiesta sorpresa” para el sábado.

Mis objeciones son tan predecibles como las festividades.

—¿No podríamos dejar de celebrarlo este año? —objeto.

—Mira —me dice uno de mis hermanos—, la fiesta no es para ti, sino para la gente.

Y soy conducido entonces al salón de la parroquia para una falsa reunión, y puedo escuchar a la gente susurrar entre sí: “El Padre ya viene”. Cruzo la puerta, las luces se encienden, la gente grita y los mariachis comienzan a cantar. Tengo la misma expresión de sorpresa incómoda del año anterior. Ellos saben que uno sabe, pero no les importa. Simplemente te aman, y amarte es su alegría.

El poeta Rumi dice, “Encuentra el mundo real, regálalo interminablemente, enriquécete dándole oro a todo aquel que te lo pida. Vive en el corazón vacío de la paradoja. Bailaré contigo allí, mejilla con mejilla”.

Bailar cumbias con las mujeres de Dolores Mission es algo que está a tono con el gran deseo de Dios de bailar mejilla a mejilla con cada uno de nosotros.

Meister Eckhart afirma, “Dios es más grande que Dios”. La esperanza es que nuestro sentido de Dios se vuelva tan expansivo como es nuestro Dios. Cada pequeña concepción desaparece a medida que descubrimos más y más a ese Dios cada vez más grande.



En Camp Paige, un centro de detención del condado cerca de Glendora, estaba conociendo a Rigo, un convicto de quince años que iba a hacer su primera comunión. Los voluntarios católicos le habían regalado una camisa blanca y una corbata negra, aún faltaban unos quince minutos antes de que los otros jóvenes prisioneros asistieran a la misa en el gimnasio. Yo le estaba haciendo unas preguntas básicas a Rigo sobre su familia y su vida. Le pregunté por su padre.

—Ah —dijo—. Es un adicto a la heroína y realmente nunca ha estado en mi vida. Siempre me golpeaba. De hecho, actualmente está en prisión. Escasamente ha vivido con nosotros.

Y entonces hay algo que lo sacude, una imagen que le llama la atención.

—Creo que fue durante el cuarto grado —dice—. Llegué a casa. Me enviaron de la escuela a mediodía porque tuve un pedo. No recuerdo qué sucedió exactamente. Cuando llegué, mi jefito estaba allá y me dijo, “¿Por qué te enviaron a casa?”, y como siempre me pegaba, le respondí, “¿Prometes que no me pegarás si te lo digo?”. Él me respondió, “Soy tu padre. Por supuesto que no te voy a golpear”. Entonces le conté. —Rigo se detuvo. Comenzó a llorar, y poco después se quejó, balanceándose de un lado a otro. Lo abracé, pero estaba inconsolable. Cuando por fin logró hablar un poco, simplemente dijo—: Me golpeó con un tubo... con un... tubo.

Cuando recobró la compostura, le pregunté:

—¿Y tu mamá?

Señaló en la distancia, y vi a una mujer pequeña a la entrada del gimnasio.

—Es ella, la que está allá —hizo una pausa—. No hay nadie como ella —de nuevo, una imagen parece surgir en su mente y un pensamiento acude a él.

—Llevo más de un año y medio encerrado. Viene a verme todos los domingos. ¿Sabes cuántos autobuses toma para venir a verme?

Comienza a llorar repentinamente con la misma intensidad de antes, y de nuevo, tarda un tiempo en recobrar el aliento y en poder hablar, y jadea entre lágrimas cuando lo hace.

—Siete autobuses. Ella toma... siete... autobuses. Imagínate.

Cómo imaginar entonces el corazón expansivo de este Dios —más grande que Él— que toma siete autobuses sólo para llegar a nosotros. A veces nos conformamos con poco menos que con la intimidad con Dios, cuando todo lo que Él anhela es ésta solidaridad con nosotros. Cuando se habla de grandes amigos en español, se dice que son “uña y mugre”. Nuestra imagen de lo que es Dios y de lo que está en su mente es más pequeña que problemática. Tropieza más con nuestro débil sentido de Dios que con declaraciones conflictivas con respecto al credo, o con consideraciones teológicas.

El deseo que hay en el corazón de Dios es infinitamente mayor que lo que puede conjurar nuestra imaginación. Este anhelo de Dios de darnos paz, seguridad y un sentido del bienestar sólo espera nuestra disposición para cooperar con su magnanimidad infinita.



“Contempla a aquel que te contempla y sonríe”. Es precisamente porque tenemos un sentido tan fuerte de la desaprobación en nuestro interior, que tendemos a crear a Dios según nuestra propia imagen. Es realmente difícil para nosotros comprender que la desaprobación no parece ser parte del ADN de Dios. Dios está demasiado ocupado amándonos como para tener tiempo de desilusionarse.



Un día recibí una llamada en mi oficina alrededor de las tres de la tarde. Era César, un cuate de veinticinco...

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