Hubo otro momento de silencio, los niños seguían correteando, Erasmo los observaba detenidamente, contrajo sus ceño, llevo su diestra al mentón, trataba de recordar lo que su amigo le preguntaba, eran razones que en otros momentos había intentado con- cebir pero le costaba trabajo comprender. Volvió la mirada hacía su amigo, le dijo dubitativamente: — ...No lo recuerdo, creo que fue hace mucho, mi cuerpo y mente han denotado continuamente un escenario de lucha constante. En un inicio, a temprana edad, mis gestos adustos y contraídos me traicionaban, era sonreír siempre con una mueca, mi respiración siempre estaba agitada, sobre todo cuando veía algo que no me parecía, tenía ademanes despectivos hacía las cosas, las personas o la opinión de los demás, buscando alguien con quien desquitarme. Sentía una necesidad por ser escuchado, me enojaba la indiferencia de las personas, creía que no me comprendían, en todo momento buscaba fisuras ideológicas o emocionales en las personas que me rodeaban, para denotar sus debilidades y errores. Me embargaba encontrar esas debilidades, ya que podía escupirles en su cara que no eran perfectos, sentía un gran vació espiritual, no había nada ni nadie que pudiera llenarlo, al contrario constantemente encontraba a alguien que me decía: ¡Tranquilo! ¡Ya te habrías de casar! ¡Con ese ca- rácter no vas a llegar a ninguna parte! ¡habrías de ocupar esa potencialidad en algo más productivo! — ¿Y ahora? — Definitivamente mi cuerpo. Ese espacio de expresión somática donde se reflejan las contradicciones existenciales, antes se pronunciaba en una expresión gesticulante, con ademanes explosivos, con un cuerpo enfermo, cansado de levantarse con dolencias, angustiado, con la presión arterial en los límites de la hipertensión, los niveles altos en triglicéridos y colesterol, con urticaria, dolores de cabeza, ardores musculares, inflamaciones articulares por contracciones reflejas e inconscientes de los músculos que limitan con la fibrosis. Con inflamación en el abdomen por trastornos digestivos, con ansiedad y recelo en el comer por constipación e intoxicación de intolerancias alimentarias y su consecuente aumento de peso, con los nervios listos para detonar compulsiones emocionales, taquicardias y un sentimiento necrófilo lleno de absurdos pensamientos de vacuidad existencial, de tragedia explícita a cada paso, con señales de depresión psicológica, porque mi cuerpo denota cuán enfermo se siente, cuán angustiado vive. Escuchando atento, Horacio lo observa, expresando: — ¡Psicopatología de la vida cotidiana! — ¿Qué? — ¡Sí! — ¿A qué te refieres con? ¡Sí...! — Estaba recordando a Freud, precisamente en esa expresión corpórea donde las contradicciones existenciales están en esa cotidianidad. También recordé a Sartre en esa angustia aplastante coexistencial del hombre responsable en la llamada postmodernidad o la hipocondría que Hegel expresaba en las inquietudes adolescentes cuando buscan transformar el mundo. ¡Oh la! ...
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