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Alicia en el país de las maravillas (Escolar de filosofia / School Philosophy) (Spanish Edition) - Softcover

 
9788478447602: Alicia en el país de las maravillas (Escolar de filosofia / School Philosophy) (Spanish Edition)
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«Otro mundo es posible» es una frase que se lee y escucha con cierta frecuencia en los ultimos tiempos. El mundo que nos rodea no acaba de satisfacer nuestros deseos y aspiraciones y, como en el poema de Jose Agustin Goytisolo, deseamos un mundo al reves en el que haya un lobito bueno maltratado por todos los corderos, un principe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Pero poner las cosas patas arriba exige ejercer plenamente nuestra propia imaginacion. En este pais de las maravillas podremos ir muy deprisa sin llegar a ningun lado o nos encontraremos con una Reina de Corazones que ejerce un poder despotico y arbitrario... Esas y otras muchas situaciones, narradas con incontables paradojas del lenguaje, son las que llenan las paginas en las que se cuentan las aventuras de Alicia en un maravilloso y sorprendente mundo subterraneo.

Relato escrito en primer lugar para ninos, atrae por igual la atencion de personas de todas las edades, siempre que esten dispuestas a dejarse llevar por su capacidad de asombro, por la curiosidad. Rasgos que son los que Aristoteles ponia como definitorios de la actitud filosofica. Nada hay de extrano en ello, pues Lewis Carroll (1832-1898), ademas de novelista y fotografo, fue un reputado filosofo, dedicado de forma especial a la logica, el razonamiento y la argumentacion.

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About the Author:
LEWIS CARROLL, además del gran escritor que fue, era matemático, dibujante, se le considera uno de los mejores fotógrafos de su tiempo y un poeta genial. Era profesor en la universidad de Oxford. Allí conoció a la pequeña Alicia, a quien durante un paseo por el bosque, empezó a contar una historia: Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, libro clave de la literatura no sólo infantil sino también para mayores, pues Carroll sabía que para entrar en el terreno de la fantasía y el ingenio, no existe distinción de edades.
Excerpt. © Reprinted by permission. All rights reserved.:
1

Descenso por la madriguera

Alicia empezaba a estar harta de seguir tanto rato sentada en la orilla, junto a su hermana, sin hacer nada: una o dos veces se había asomado al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía ilustraciones ni diálogos, «¿y de qué sirve un libro —pensó Alicia—si no tiene ilustraciones ni diálogos?».

Así que estaba considerando (como mejor podía, pues el intenso calor la hacía sentirse muy torpe y adormilada) si la delicia de tejer una guirnalda de margaritas le compensaría de la molestia de incorporarse y recoger las flores, cuando de pronto un conejo blanco de ojos rosados pasó velozmente a su lado.

Nada extraordinario había en todo eso, y ni siquiera le pareció nada extraño oír que el Conejo se dijera a sí mismo:

«¡Dios mío, Dios mío! ¡Qué tarde voy a llegar!» (cuando después pensó en el asunto, se sorprendió de que no le hubiera maravillado, pero entonces ya todo le resultaba perfectamente natural); sin embargo, cuando el Conejo, sin más, se sacó un reloj del bolsillo del chaleco, y lo miró y apuró el paso, Alicia se levantó de un brinco porque de pronto comprendió que jamás había visto un conejo con chaleco y con un reloj en su interior. Y ardiendo de curiosidad, corrió a campo traviesa detrás de él, justo a tiempo de ver cómo se colaba por una gran madriguera que había bajo un seto.

Allí se metió Alicia al instante, tras él, sin pensar ni por un solo momento cómo se las ingeniaría para volver a salir.

Por un trecho, la madriguera seguía recta como un túnel, y luego, de repente, se hundía; tan de repente que Alicia no tuvo ni un instante para pensar en detenerse, sino que se vio cayendo por lo que parecía ser un pozo muy profundo.

O el pozo era muy profundo o ella caía muy despacio; el caso es que, conforme iba cayendo, tenía tiempo sobrado para mirar alrededor y preguntarse qué iría a suceder después. Primero trató de mirar abajo y averiguar adónde se dirigía, pero estaba demasiado oscuro para ver nada; luego miró las paredes del pozo y advirtió que estaban llenas de alacenas y estantes. Veía, aquí y allá, mapas y cuadros colgados. Al pasar por uno de los estantes, cogió un tarro con una etiqueta que decía: «MERMELADA DE NARANJA», pero qué desencanto: estaba vacío. No quiso soltarlo por miedo a matar a alguien;  así que se las arregló para colocarlo, al paso que caía, en uno de los estantes.

«¡Bueno —pensó Alicia—, después de una caída así, ya puedo rodar por las escaleras que sean! ¡Qué valiente, van a pensar que soy en casa! ¡No chistaría ni aunque me cayera del tejado!» (lo cual era más que probable).

Abajo, abajo, abajo. ¿Es que nunca iba a terminar de caer? «Me pregunto cuántos kilómetros he caído ya —dijo en voz alta—. Debo de estar llegando al centro de la Tierra. Veamos: eso sería unos seis mil quinientos kilómetros, creo...» (pues, como veis, Alicia había aprendido cosas de este tipo en la escuela, y aunque no fuera precisamente la mejor ocasión para exhibir sus conocimientos, ya que no había nadie que la escuchara, siempre era una buena práctica repetirlo). «Sí, esa será la distancia..., pero entonces ¿en qué latitud o longitud me encuentro?» (Alicia no tenía ni idea de lo que significaban esas palabras, pero al decirlas le sonaban muy hermosas y nobles.)

Y empezó otra vez: «Me pregunto si caeré atravesando directamente la Tierra... ¡Qué divertido sería aparecer entre gente que va patas arriba! Las Antipáticas, creo que se llaman» (no poco se congratuló esta vez de que nadie la escuchara, porque la palabra no le sonaba del todo correcta). «...Pero tendré que preguntar el nombre del país. Por favor, señora, ¿es esto Nueva Zelanda o Australia?» (y al decirlo, intentó hacer una reverencia...¡Figuraos, una reverencia, mientras caía por los aires! ¿Seríais capaces de hacerla?) «¡Y qué ignorante me juzgaría la señora! No, nunca lo preguntaré: tal vez lo vea escrito en algún lado.»
 
Abajo, abajo, abajo. No había otra cosa que hacer, así que Alicia se puso a hablar de nuevo. «¡Ay, creo que Dina me va a echar mucho de menos esta noche!» (Dina era la gata.) «Espero que se acuerden de su platito de leche a la hora del té. ¡Dina querida, ojalá estuvieras aquí abajo conmigo! No hay ratones en el aire, me temo, pero podrías atrapar algún murciélago, y eso, ya sabes, es muy parecido a un ratón. Pero ¿comen murciélagos los gatos?» Y aquí Alicia empezó a adormilarse y a repetir su pregunta como si soñara: «¿Comen murciélagos los gatos? ¿Comen murciélagos los gatos?», y a veces: «¿Comen los murciélagos gatos?», porque, como no podía dar respuesta a sus preguntas, poco importaba la manera de hacerlas. Sintió que se dormía y había empezado a soñar que iba de la mano con Dina y le preguntaba muy seria: «Ahora, Dina, dime la verdad: “¿Te has comido alguna vez un murciélago”», cuando de pronto ¡bum!, ¡bum! fue a dar sobre un montón de ramas y hojas secas. El descenso había concluido.

Alicia no se hizo el menor daño, y al instante, de un salto, se incorporó: miró hacia arriba, pero todo estaba oscuro; ante ella se abría otro largo pasadizo y aún vio al Conejo Blanco que se internaba apresuradamente. No había tiempo que perder: allá fue Alicia, como el viento, y llegó a tiempo de oírle decir mientras desaparecía por una esquina: «¡Por mis orejas y mis bigotes, qué tarde se me está haciendo!». Lo tenía casi a un paso, pero cuando ella dobló la esquina, el Conejo ya se había esfumado. Alicia se encontró en una sala larga y baja, alumbrada por una hilera de lámparas que colgaban del techo.

Había puertas por todos los lados de la sala, pero estaban todas cerradas, y cuando Alicia la hubo recorrido de parte a parte y tanteado una a una sus puertas, se encaminó tristemente hacia el centro, pensando cómo se las arreglaría para salir.

De pronto se encontró ante una mesita de tres patas, toda ella de cristal: no había otra cosa encima que una diminuta llave de oro, y lo primero que se le ocurrió a Alicia fue que la llavecita correspondería a una de las puertas de la sala; pero, ¡ay!, o las cerraduras eran demasiado grandes o la llave era demasiado pequeña, el caso es que no abría ninguna. Sin embargo, en un segundo intento, descubrió una cortina baja que no había notado antes, y detrás había una puertecita de unos cuarenta centímetros de altura. Probó la llavecita de oro en la cerradura y, con gran alegría, vio que ¡encajaba!

Alicia abrió la puerta y descubrió que conducía a un estrecho pasadizo, no mucho mayor que una ratonera. Se arrodilló y, a través del corredor, vio el más hermoso jardín que jamás hayáis visto. ¡Qué ganas tenía de dejar la sombría sala y deambular por entre aquellos lechos de rutilantes flores y aquellas frescas fuentes!, pero ni siquiera le entraba la cabeza por el hueco de la puerta; «y en caso de que pasara —pensó Alicia— de poco me serviría sin los hombros. ¡Ah, cómo me gustaría plegarme como un telescopio! Creo que podría, si supiera cómo empezar». Porque, ya veis, le habían ocurrido últimamente tantas cosas extraordinarias que Alicia empezaba a pensar que muy pocas eran realmente imposibles.

Era inútil quedarse allí plantada ante la puertecita, así que volvió a la mesa, con cierta esperanza de hallar encima otra llave o, al menos, un libro con las instrucciones para poder plegarse como un telescopio. Esta vez encontró una botellita («que por cierto no estaba aquí antes», se dijo Alicia): tenía atada alrededor del cuello una etiqueta de papel, en mayúsculas bellamente impresas, con la palabra «BÉBEME».

Bien estaba eso de decir «bébeme», pero una niña tan precavida como Alicia no iba a bebérselo sin más. «No —se dijo—, primero habría que ver si indica o no veneno», porque había leído varias historias muy bonitas de niños que fueron quemados vivos o devorados por bestias salvajes y demás cosas desagradables, y todo por negarse a recordar los sencillos preceptos que amistosamente les habían inculcado. Por ejemplo: que un atizador al rojo vivo quema si se lo sostiene por mucho rato; o que si uno se hace un corte muy profundo con un cuchillo en el dedo, por regla general sangra, y que (eso Alicia no lo había olvidado) si uno bebe mucho de una botella que pone «veneno», lo más probable es que, tarde o temprano, ...

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  • PublisherSiruela
  • Publication date2010
  • ISBN 10 8478447601
  • ISBN 13 9788478447602
  • BindingPaperback
  • Edition number2
  • Number of pages200
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Carroll, Lewis
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JAIME DE OJEDA - LEWIS CARROLL
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